Fotografía de Octavio Romero
Por Enrique Lomas Urista Tengo golpes, heridas internas, agoniza el hombre que fui y muy seguramente morirá lo peor de mí. Nunca estuve tan cerca de la muerte, ni tan cerca de la vida. Nadie sale ileso de la montaña, su grandeza sacude el espíritu, maltrata el esqueleto, fractura la indiferencia. Puedo jurar que estuve en el paraíso y que la inminencia de morir era un trámite menor ante tanta grandeza. Pude oler la eternidad entre la intensidad del pino y la hierbabuena. Pude tocar a Dios en cada piedra, planta y asombro. Pude escuchar al hombre malo gritar que Dios existe y que la montaña es la piel de Dios.