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Manuel Talamás Camandari: La huella de un Obispo

Redaccion 01 Published 10 de mayo de 2025
17 Min Read

JAVIER KURAMURA

In Memoriam a 20 años de su fallecimiento

 Manuel Talamás Camandari nació en la capital de Chihuahua el 16 de junio de 1917; fue el séptimo de un total de trece hijos fruto de un matrimonio palestino. Comenzó sus estudios en el seminario de la misma ciudad en 1930, trasladándose a Roma seis años después debido a los problemas religioso-políticos del país. Obtuvo el título de Licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana y fue ordenado sacerdote en tierras mexicanas en mayo de 1943. Luego de varios años de enseñanza y ocupando el puesto de rector del seminario de Chihuahua, en mayo de 1957 recibió la noticia de ser nombrado Obispo de la recién creada Diócesis de Ciudad Juárez. El 8 de septiembre del mismo año se celebró su ordenación episcopal. A través de los años de su obispado fueron construidos en la localidad el Seminario Conciliar de Ciudad Juárez, las oficinas del obispado así como los edificios CEDEC y CECADE, que se ocupan de la evangelización y catequesis del pueblo. El día de su cumpleaños número setenta y cinco en 1992, monseñor Manuel presentó su renuncia. Sin embargo, posterior a su dimisión y conservando el título de Obispo emérito, mantuvo actividad en la vida religiosa de su comunidad hasta su muerte en Ciudad Juárez el 10 de mayo de 2005. Sus restos reposan en el sepulcro superior, a la izquierda, de la entrada a la Catedral de Ciudad Juárez.

Cada día, de forma automática al amanecer de las seis, despertaba con gusto y el primer impulso que lo movía era abrir las cortinas del amplio ventanal de su recámara, en el segundo piso, que está en todo lo alto de esa casa que le dejara doña Panchita Loreto viuda de Gabilondo.

Y siempre puntual a su lado, durante sus años últimos la madre Clara Olivia Ramos, de la Congregación de Misioneras de María Dolorosa, ya lo estaba esperando para asistirlo en sus rutinas.

Y una vez de pie hacia la dirección con que apuntan las puertas de todas las misiones franciscanas: hacia el oriente. Allá, por donde despunta el sol y aparece cada amanecer la aurora, hacia allá, Monseñor Manuel Talamás Camandari elevaba sus brazos y alzaba la vista para saludar al Todopoderoso con sus poemas:

  • ¡Ándele «Miss Clairol»! (cariñosamente así le nombraba el Obispo Emérito a su fiel ama de llaves, quien iba tan sólo por 15 días a ayudarle en 1992 y se quedó nueve de sus últimos calendarios), vamos juntos a alabar al Señor.

Y juntos elevaban la plegaria:
«Mano trabajadora del hombre que, de los hondos limos iniciales, convocas a los pájaros a la primera aurora y, al pasto, a los primeros animales…» (Alfarero del Hombre en La Liturgia de las Horas).

Luego se postraban ante el crucifijo que está en la cabecera de su cama: «No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…» (Oración de San Juan de la Cruz)

Después, las alabanzas en su recámara seguían ante el cuadro de la Virgen del Sagrado Corazón:

¡Oh Señora mía; oh madre mía! Yo me ofrezco enteramente a vos y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser..» (Oración a la Virgen María)

Y concluían ambos el rezo con una oración al ángel de la Guarda.

ALEGRE Y DE BUEN HUMOR
Así, de esa manera, iniciaba la diaria rutina del arquitecto de la Diócesis de Ciudad Juárez. Y en su hacer era de una paz interior profunda; alegre y siempre de buen humor que lo aplicaba en sus pláticas en el momento más adecuado.

«Miss Clairol», expresaba Don Manuel mientras veía los apuros de su asistente, «que no la agobien los malos y tristes momentos porque hay que reímos hasta de nuestros propios problemas».

Ya bañadito, arreglado y oloroso el Obispo celebraba misa a las 8 de la mañana en su capillita particular, que está a mano derecha del vestíbulo y donde no cabían más de media docena de feligreses que algunas veces le acompañaban.

A las 9:00 el desayuno; a las 14:00 la comida y la cena (puntualmente todo) a las 21:00 horas, previa oración antes de cada refrigerio. Su dieta la constituían jugos de zanahoria y toronja acompañados de frutas y cereales y de plato fuerte un guiso preparado con carnes blancas.

Sólo rompía ese régimen alimenticio cuando uno de sus amigos (como el fallecido Pepe Contreras) lo sonsacaba para degustar un buen platillo del Shangri La o del Lai Wah Yen.

Todavía, hasta en los últimos años de su vida, (si lo dejaba su mermada salud) tenía la imposición de abrir y despachar en su oficina (contigua a la casa) a las 11:00 y a las 16:30 horas.

Antes de atender, oraba para ponerse en contacto ante un crucifijo y ahí recibía amigos, a los presbíteros de su diócesis; a reporteros y periodistas que querían una entrevista, a gente que pasaba a saludarlo (hasta de Estados Unidos). Y a todo aquel que llegaba en busca de un consejo lo auxiliaba, con una reflexión cristiana y luego, lo llevaba a su capilla para confesarlo.

REVOLUCIONARIO Y CONSTITUYENTE
Nunca, pero nunca, pulsó un arma y aseguraba en son de broma, que él era uno de los hombres de la Revolución; también, sin haber nunca estado en una tribuna legislativa él decía que era uno de los constituyentes.

«Soy revolucionario» explicaba el Obispo Emérito, «porque en plena revolución yo andaba en el vientre de mi madre y soy constituyente porque nací en 1917».

Pero sin ser efectivamente de armas tomar como todo un revolucionario, el arma efectiva de Don Manuel era el don de la palabra y, para hacerla valer, por Constitución tenía el Evangelio para predicar la justicia divina a través de la tribuna de la Iglesia, en lo alto del púlpito.

PARÁNDOSE EL CUELLO
Ese proceder siempre le acarreó problemas a tal grado que su algidez cimbró la estructura del sistema en las elecciones de Chihuahua de aquel 1986 al apoyar, con algunas reticencias, ‘la diablura’ de su amigo y compañero del seminario, el Arzobispo de la Arquidiócesis de Chihuahua, Adalberto Almeida y Merino con la velada amenaza de cerrar al culto los templos de toda la entidad.

Monseñor Talamás decía que, a pesar de los triunfos electorales (en 1983) del PAN en nueve municipios, cada día aumentaba la exigencia popular de que el sistema político mexicano fuera real y comprobablemente democrático.

Pero el PRI se propuso rescatar lo perdido y planeó su estrategia con diversas formas de fraude y además, el gobierno intimidó a los chihuahuenses trayendo soldados, tanquetas y helicópteros «para garantizar el orden público».

El purpurado señaló algunas de las tácticas fraudulentas cometidas el 6 de julio de 1986: «Señor Obispo -le llegaron a informar tempranito, ese día, después de celebrar misa a las 8 de la mañana-, ya están rellenas las urnas y es difícil meter más votos».
Días después de los comicios un hombre le cayó en su oficina y, tan sólo para expiar su culpa (sin ser confesión) se sinceró ante el prelado: «… yo colaboré para el fraude electoral… y ahora que veo su magnitud y el daño causado, me remuerde la conciencia».

Don Manuel comentaba que sentía un grave y urgente deber de conciencia de estar con el pueblo en su lucha por sus derechos políticos y con mayor razón después de cometido el fraude.

«Por eso, aparte de todos mis pronunciamientos previos a las elecciones, me hice presente con nuevas y más severas declaraciones exigiendo respeto al pueblo en la verdad y en la justicia».

Así que el rompimiento no se hizo esperar porque el 13 de julio Adalberto Almeida y Merino, junto con su presbiterio (sacerdotes y laicos, incluido Talamás) optaron por suspender la celebración de todas las misas del domingo 20, en protesta por el inaudito fraude.

«Yo -en su momento aclaró el Obispo Emérito de Juárez- pensé que no era conveniente suspender las misas en la Diócesis de Ciudad Juárez (porque el Vaticano se iba a oponer), pero sí manifestamos todo nuestro apoyo al pueblo a la hora de la hora».

Por eso, la cosa se puso brava entre los líderes de la Iglesia de Chihuahua, el secretario de Gobernación y un tercero en discordia, el nuncio apostólico Girolamo Prigione. En el estira y afloja de un agrio alegato (por el cierre o apertura de los templos) a través del teléfono, un violento Manuel Bartlett Díaz no aguantó el tono del Obispo de Juárez.

  • ¡Me está usted levantando la voz! -replicaba el funcionario- ¡y usted, está hablando con el ministro de Gobernación de México!

Lejos de intimidarse Talamás respondía. «Pues, si a pararnos el cuello vamos, yo también le recuerdo que ¡¡¡está usted hablando con el Obispo de Ciudad Juárez!!!».

El conflicto se solucionó como lo había previsto Talamás. De acuerdo con la Ley Canónica y mediante la intervención de Prigione, era ilegítimo suspender el culto.

Quizá sus reclamos de democracia influyeron seis años después con el triunfo que obtuvo Francisco Barrio; pero para beneplácito suyo, en 1994, obtuvo su credencial de elector y con ella pudo sufragar por primera vez para ser «un ciudadano completo».

SU HUELLA
Con una vocación a temprana edad y bien definida, «Don Many» (como también cariñosamente le hablaban algunas personas) dejó las comodidades y cuidados de su casa; se alejó de las tentaciones terrenales y tomó el 8 de septiembre de 1957 la estafeta que fabricó en Paso del Norte Fray García de San Francisco 298 años atrás.

Para Talamás Camandari no había distingos de clases ni ideologías, sabía ser parejo: «No hay que distinguir a las personas por su partido. A todas hay que amarlas sin hacer énfasis en que son mejores que otras. Es simplemente porque son personas y como dijo Jesús: ámense los unos a los otros».

A su casa y oficina llegaban lo mismo priístas, panistas, y perredistas y siempre gozaban de su plática sobre cualquier tema (por más escabrosa que fuera); de sus bromas, de sus consejos y hasta de sus chistes. En esa misión pastoral lo mismo atendía a ricos, pobres y hasta mujeres que se prostituyen en las calles de Juárez y, como Jesús a Magdalena, el Obispo les hacía ver que «la necesidad no justifica que anden ofertando sus cuerpos; a pesar de ello, yo las llevo en mi corazón».

Fuertemente influenciado por los cambios al interior de la Iglesia católica, tanto del Concilio Vaticano II como de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, su fama (que tenía de ser un Obispo con ideas afines a su amigo Adalberto Almeida, a Sergio Méndez Arceo y a Samuel Ruiz) traspasó el ámbito regional y constantemente era requerido por la prensa nacional para opinar sobre temas de actualidad.

En su oportunidad, para cualquiera, siempre tenía un buen gesto, un detalle de reflexión, o un consejo y lo plasmaba en cualquier hoja al alcance: «La amistad supone o hace iguales a los amigos»; en una foto: «Que sigas siendo durante muchos años, testigo de la luz del alma y de Jesucristo entre los marginados» y, también en la dedicatoria de un libro: «… que vivan su compromiso matrimonial superando con la gracia divina, todos los contratiempos que se vayan presentando, ya que día a día se nos revelan realidades imposibles de prever».

LA HERENCIA DE PANDORA
El domingo primero de mayo (de 2005) Monseñor Talamás no andaba bien. En vez de celebrar su misa privada a temprana hora, lo hizo hasta las dos de la tarde.

Sin duda, eran complicaciones de añejos males. En el capítulo «Lo que me heredó Pandora» de su libro «Vida en Mosaico», Talamás narra todos los padecimientos que tuvo en vida: cirugías de próstata; desgarre de hombro, dislocación del brazo y una serie de enfermedades que terminan con «itis»: sinusitis, gastritis; artritis cervical, que le destruyó la mucosa estomacal; diverticulitis, artritis lumbar, artritis en manos y piernas; faringitis y una laringitis «por lo que, sigo muy desvencijado y adolorido».

Hacía dos semanas que el señor Obispo ya no podía bajar ni subir las escaleras de su recámara. Cuando eso ocurría, Don Manuel estaba consciente de sus limitaciones y sabía enfrentar la incapacidad por su mermada salud y, como en esa ocasión al estar realmente agobiado por el dolor, mantenía la calma.

«Miss Clairol (en el recuerdo de esos tantos días), nuestro trabajo es hasta el último momento para seguir el ejemplo de Santa Teresita del Niño Jesús: debemos ofrecernos hasta en nuestros últimos dolores».

A las 17:00 horas se sintió muy mal y hasta las 8 de la noche pudo ser trasladado al hospital para ser operado de emergencia. Los órganos de sus males aguantaron la cirugía; no así su cansado corazón.

Para gozo del cielo, se fue Don Manuel llevando consigo el mejor de los regalos a Panchita Gabilondo que lo quería como a su hijo y, para doña Isabel Camandari de Talamás, la principal impulsora de su vocación sacerdotal, en el Día de las Madres.

Fuentes de información: Entrevistas a Madre Clara Olivia Ramos y Carlos Talamás Camandari; «Mi Vida en Mosaico», de Manuel Talamás Camandari; «Catolicismo y Democracia: La Iglesia Chihuahuense en el Proceso de Cambio Político en la Última Década», de Silvia M. Bernard. Cartografía Literaria de Ciudad Juárez

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