No proteger las tres presas: Mala decisión
En medio de una crisis geopolítica binacional entre EE. UU. y México por el tema del agua del Tratado de 1944, el Gobierno del Estado da a conocer la decisión (pésima) de desechar el proceso de declaratoria de área natural protegida de las tres presas de la ciudad de Chihuahua. Esta decisión no solo deja un precedente negativo en el reconocimiento del valor ambiental de los cuerpos de agua, sino que representa un retroceso alarmante en el discurso oficial de «defender el agua», promovido por las mismas autoridades que azuzaron una guerra por el agua hace apenas unos años.
Para empezar, debemos recordar que desde 2018 se realizó un Estudio Previo Justificativo (EPJ) por parte de académicos de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Este documento sustentó con criterios científicos, sociales y ecológicos la urgencia de proteger la zona de las presas Chuvíscar, Rejón y El Encino, no solo por su función ecológica y de recarga hídrica, sino también por su papel fundamental en la recreación, la salud y el bienestar de miles de personas que viven en sus alrededores.
El proceso fue respaldado por diversas instituciones, colectivos ambientales y ciudadanas y ciudadanos preocupados por el deterioro de estos cuerpos de agua y la creciente urbanización descontrolada que los amenaza. Sin embargo, hoy se desecha todo ese esfuerzo con un simple anuncio administrativo que, lejos de ofrecer una alternativa seria o una propuesta más robusta, simplemente cancela lo que había costado años construir.
El mensaje es claro: proteger el agua en los hechos no es prioridad. Se prefieren los intereses inmobiliarios y la desregulación ambiental a la conservación y el compromiso con las generaciones futuras. Lo más preocupante es que este tipo de decisiones son contradictorias con la narrativa gubernamental que por años ha culpado a otros actores de la escasez de agua, mientras en casa se permite el deterioro sistemático de las fuentes locales.
El caso de las tres presas es simbólico y estratégico. En ellas confluyen memorias, biodiversidad, funciones hidrológicas y necesidades humanas. Son zonas donde florecen especies nativas, se recrean familias, se ejercita la gente y se respira un poco de naturaleza en una ciudad cada vez más saturada de concreto.
Por eso, renunciar a su protección no solo es una mala decisión: es una traición al interés público.
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