Por: Javier Meléndez Cardona
Eran los años ochenta y en la Plaza Hidalgo de Chihuahua, la insurgencia estudiantil entonaba el himno nacional, como último recurso para evitar ser victimas de la represión policiaca.
Las líneas de combate de la policia, habían avanzado hasta las barricadas en donde se pertrechaban los estudiantes de la Normal Rural de Saucillo y la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar de Ciudad Juárez.
Las barricadas habían sido levantadas con cacharros de cocina, maletas de ropa, tendederos de rafia, pancartas de cartón y de manta y cobijas que, la hacían de carpas para dormir.
Los uniformados, se encontraba a sólo un metro de aquellos jóvenes rebeldes que, con libros de Carlos Marx en el sobaco y discursos incendiarios, creímos que cambiaríamos al mundo.
Hoy, en nuestro otoño, la praxis política es distinta , pero hacemos lo que podemos y con la misma utopía.
En aquel momento, el ambiente se tensó. Nosotros, estábamos a la vuelta de la esquina, atrás del Palacio de Gobierno.
Entonces, me abrazaste y caminamos por la calle como pareja, entre las líneas enemigas hasta llegar con nuestros compañeros que sostenían la consigna aprendida de las revueltas españolas ¡No pasarán!
Ésto, lo recordé muchos años después, aquella ocasión que tuvimos la oportunidad de estar juntos en la Puerta de Alcalá, en Madrid,
Empero, ese tenso día en la plaza Hidalgo de Chihuahua, entró una llamada a la radio de quien parecía ser el jefe de los antimotines y las filas de la policía retrocedieron marcialmente y el peligro desapareció.
Solo tú y yo continuamos alterados, habíamos experimentado una sensación nueva y extraña que, luego supimos, fue amor.