Cuando pierden los malos

Editorial

Un lustro fue la larga espera del veredicto que emitió la justicia en torno al litigio que enfrascó en denuncias a dos informadores de antaño Carlos Borruel y Osbaldo Salvador Ang, por un lado amenazas y por el otro daño moral.

Como ocurre en la mayoría de estos juicios, para las amenazas Salomón no fue parejo y, según el daño moral, la Ley fue toda justicia.

La disputa tocó fibras del código de ética periodística que circunscribe al informador con un respeto a la verdad, perseguir la objetividad así como confrontar las versiones sobre un hecho, motivos por los cuales se quejó el afectado por daño moral.

En materia legal hay un pronunciamiento, por ser tu derecho, a tener oportunidad de replicar acciones perniciosas cuando tu adversario toma acciones en tu contra con manifestaciones de saña y perversidad.

Luego de cinco largos años el edicto legal desestimó las acusaciones del informador “por carecer de sustento físico y contundencia jurídica” y el acusado destacó que el que le gritó cobarde, se acobardó y no acudió a escuchar el dictamen del juez.

Luego del edicto la reacción de la parte desfavorecida hizo recordar una de las frases célebres del “Hereford” Artemio Iglesias Miramontes, “El filósofo de Rubio”, “a puñaladas iguales, llorar es cobardía”:

El propietario de La Opción se refugió en su guarida y desde su estrado argumentó razones para no estar presente en la decisión legal y con florido vocabulario, despotricó para contra el juzgador y su antagonista a quien señaló de utilizar armas para acallar la crítica… En caso de revancha, la justicia estará atenta.

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