Los carboneros

Por: Javier Meléndez Cardona

Eran un par de hermanos que vivían en el monte, afuera de la traza urbana del poblado y su presencia exaltaba la xenofobia de los colonos, eran despreciados y su vida se asemejaba a los miserables de Víctor Hugo.

Tuvieron que emigrar del Ojo de la Casa, a finales de los años cuarenta, cuando la miseria se colaba como viento de febrero, por el zaguán de abajo.

Además, una disposición absurda de la asamblea ejidal, prohibió a los jóvenes talar mezquite para hacer leña en el monte, actividad que les permitía a los más pobres ganarse unos cuantos centavos para sostener sus hogares.

Entre la cara tiznada y el lodo en sus orejas, sólo podían verse sus ojos verdes, con una mirada limpia que proyectaba un espíritu apacible y ajeno a la denostación de que eran objeto, todo por su modesto oficio de carboneros y perforistas de pozos, pero ellos fingían no darse cuenta.

El desierto y las condiciones en que vivían, hasta les era familiar y, sobre todo, tenían un corazón enorme. Sus valores fueron la fortaleza que, con el tiempo, hizo de los carboneros, hombres de mucho respeto.

Una noche de baile en la Colonia Guadalupe Victoria, Ramiro Sáenz me contó que, en una ocasión, uno de ellos recibió varios tiros de arma de fuego y tuvo que ser trasladado hasta Ciudad Juárez para ser atendido y sobrevivió.

Cuando los responsables se presentaron a pagar los daños, la respuesta de los carboneros fue que no se debía nada.

—Acaso, responderemos de la misma manera—.

Pero nunca tomaron venganza, sin embargo los responsables jamás tuvieron tranquilidad.

Los carboneros siguieron adelante, continuaron la perforación de pozos y con generosidad, aportaron a los noveles colonos, la técnica para el cultivo de hortalizas; ellos mostraron cómo se debía canalizar el coraje, para vencer las adversidades.

Poco a poco se fue olvidando el mote de «carboneros» y entonces fueron reconocidos como los «Meléndez»… y uno de ellos, era mi padre, además.

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