Amanecer en la frontera

Por Horacio Nájera

Es el primer viernes del 2025. Son las 5:00 AM, y la fila de vehículos para llegar a las casetas de cobro del puente internacional están inusualmente largas para la fecha.

Quizá serán los paisanos de regreso a casa después de pasar las fiestas de Navidad, o quizá serán los trabajadores con doble nacionalidad que viven en pesos y ganan en dólares, pero decenas de vehículos alineados en dos carriles avanzan de a poco, como de a poco los negocios aledaños a la garita levantan sus persianas metálicas, descubren sus ventanales y encienden las luces para ofertar algo de lo mucho que la frontera tiene para compartir.

Una hora más tarde, el vehículo que me transporta finalmente llega a la caseta de cobro, una de las dos que operan a esa hora, y que entonces se entiende el porqué de la prolongada espera. Falta de personal, falta de ganas o falta de planeación, solo ellos saben.

Después de cruzar el puente internacional, la frustración desaparece ante la inevitable ansiedad que llega al pasar a revisión de documentos con el oficial de uniforme azul en la pequeña caseta fronteriza. Entonces, la eterna rueda de la fortuna fronteriza en la que el estado de ánimo del viajante es determinado por el estado de ánimo del agente migratorio en turno. Esta vez, una conversación entre el oficial y un compañero que se quejaba amargamente de la carga de trabajo asignada en su rol de servicio nos facilitó el paso. Así es acá, a veces tan sencillo, a veces tan complejo.

Se dice que la frontera México-Estados Unidos es el “tercer país”. Si se pone atención antes y después de cruzar la línea divisoria internacional en cualquiera de sus sentidos, el porqué es más que obvio. De un lado y del otro, las bodegas, los patios y los cientos de tractocamiones circulando por las calles de una sola metrópoli alimentan una gran mancha binacional, unida por la economía, el “spanglish”, la cultura y la familia.

De un lado se maquila, del otro se almacena. De un lado se paga, del otro se gasta. De un lado se matan con balas, del otro se matan con sobredosis. De un lado se dice “truck”, del otro se dice “troca”. Desde Washington DC y desde la CDMX esto no se ve, mucho menos se entiende. Desde allá, desde las capitales, parece que la frontera es la raíz de todos los males, la fuente de la maldad y la región del caos.

En eso, en el caos, es lo único donde los políticos, de izquierda y de derecha, el rubio y la morena, están en lo correcto. La frontera es caos porque así nació, así ha vivido y así ha progresado, muy por encima de estados enteros que siguen despidiendo a sus hijos que emigran a los cerros de Tijuana, los arenales de Ciudad Juárez o a las colonias de Nuevo Laredo para encontrar, en una línea de producción y en alguno de los tres turnos, el sueldo, la comida y la oportunidad que nunca hallaron en sus tierras.

Otros, el caos lo han hecho suyo al dedicarse a traficar lo que se pueda y lo que no se deba. Otros matan y mueren por encargo. En la frontera, para todos hay, para el que va de paso y para el que se queda.

Aquí, en el caos, a diario se prueba la resistencia, no la velocidad. Se han puesto rejas, alambres y muros que de nada han servido para doblegar la voluntad del fronterizo, el nativo y el adoptado, que una vez pasada la prueba de fuego de la adaptación al calorón, al fríazo y a las extensas esperas en los puentes, encuentra en los burritos, los tacos o los chicharrones de catán alimento para su renacida alma binacional.

Gracias a ese caos es que la frontera ha sobrevivido, incluso florecido. Lo hizo cuando durante la prohibición de 1920, el despegue del narcotráfico en los 60’s, el atentado del 9-11, el “error de diciembre” de 1994 y las caravanas migrantes desde el 2018.

Donald Trump y su séquito de fanáticos regresan a la Casa Blanca y la frontera vuelve a ser su herramienta preferida para construir narrativas de odio. El culto de la 4T sigue en México con una presidenta más preocupada por desmentir realidades que por resolver problemas e impartir justicia, tan ausente en la región binacional.

Son las 7:00 AM, el freeway se va llenando de vehículos con placas de aquí y de allá. En la frontera se ha aprendido a vivir así, aquí y allá, importando muy poco lo que piensen en el sur y en el norte. Acá nos entendemos, nosotros nos arreglamos. Total, si ya se venció al desierto, al clima y a los límites internacionales, cuatro años de uno y seis años de la otra como quiera pasan. Aquí, de un lado y del otro, bien se sabe resistir.

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