Por Javier Kuramura
“Ya es hora Javier; chécate las fuente porque ya nos vamos”, fue la orden precisa que surgió de la jefatura de redacción aquella medianoche del viernes 3 de agosto de 1984 en El siglo de Torreón. La acostumbrada y diaria petición que Angel Esparza solicitaba al reportero de guardia para el cierre de cada edición del periódico lagunero, se cumplimentó en unos 10 minutos: las llamadas telefónicas a Policía Municipal, Tránsito, Policía Federal de Caminos, Bomberos y Cruz Roja reportaron con un “sin novedad” al filo de las 00:00 horas en la transición del viernes al sábado. -Sin novedad alguna Angel. Ya podemos irnos –reportó el subalterno a su jefe-, en aquella modesta pero espaciosa redacción donde cabían ocho escritorios y descansaban otras tantas máquinas de escribir, ante el sonido constante y repetitivo del télex que no paraba de funcionar. -¿Estás seguro Javiercito?, -replicaba el jefe de redacción que sólo esperaba la confirmación para que no se escapara ninguna noticia importante. -¡Sí jefe! –reconfirmó el reportero-. En ninguna dependencia reportan novedad alguna. El calor del verano lagunero hacía agradable la caminata nocturna por las céntricas calles de Torreón hasta el hogar. Más fresco se hacía el trayecto caminando al lado de las palmeras de la avenida Morelos. Sin muchas noticias impactantes, la jornada periodística había sido como de costumbre, tranquila. Así que, había que dormir y esperar la tarde del sábado para salir de la rutina reporteril y acompañar al “profe” César Marina Miravalle (editor de la sección de Deportes) a su cobertura de la corrida en el Lienzo Charro de Gómez Palacio. Ahí, en el kilómetro 1140 de la carretera federal 45 se presentaría ante su gente, ya doctorado en matador de toros, el exnovillero que había convulsionado desde dos años atrás al coso taurino más grande del planeta, la Plaza de Toros México, el torreonense más conocido en el país debido a su audaz interpretación del arte de Cúchares: Valente Arellano Salum. Luego de cinco fallidos intentos (desde 1982) por contemplar sus destrezas con los novillos en la Monumental México por fin, esa tarde, se presentaba la ansiada oportunidad de verlo torear para sentir su temple y el escalofrío que provocaba su ilimitada temeridad en la propia tierra, en La Laguna ——————————————-0-0-0——————————————–
Valente Arellano Salum nació el 30 de agosto de 1964 en Torreón, Coahuila y llegó predestinado para la tauromaquia: por la gran afición que profesaban a la fiesta brava su abuelo el licenciado Valente Arellano y su padre el ingeniero Valente Arellano Flores, desde que vivían en aquella vieja casona de ladrillos grises (que todavía existe) en la esquina surponiente que forman la avenida Matamoros y la calle Juan Antonio de la Fuente y, también, por que así lo consignaron los titulares de los periódicos capitalinos al día siguiente de su presentación en la Plaza México: “Valente, un predestinado” luego de cortar dos orejas e irse al quirófano con una cornada de nueve centímetros de extensión en la pantorrilla izquierda.
Por primera vez se puso el traje de luces en Ciudad Lerdo, Durango, el 21 de octubre de 1979 para lidiar novillos de Santacilia alternando con Alfonso Hernández, “El Algabeño”. Luego de haber lidiado becerras y novillos en lienzos y placitas del interior del país, se presentó en la Monumental Plaza de Toros México el 26 de septiembre de 1982 alternando con Lalo Flores y Manolo Rodríguez.
Las crónicas taurinas consignan que al más grande torero que La Laguna ha dado a la fiesta brava, hasta la fecha, “una temporada en La Plaza México fue suficiente para que Valente Arellano evolucionara la fiesta en toda la República. Más que esas cinco tardes de vertiginosa gloria, donde cortó nueve orejas y un rabo, fueron su determinación, apasionamiento, valor, creatividad, estoicismo y acentuada personalidad los atributos que le consagraron como figura entre los novilleros. Esa etapa iluminada por su torería, donde arrasó multitudes, también estuvo plagada de polémica”.
Cuando Valente Arellano se presentó en la capital y dio el campanazo, la fiesta estaba empantanada. La despedida de Manolo Martínez, el 30 de mayo de 1982, había oscurecido la tauromaquia mexicana. Se había ido de los ruedos el último mandón del toreo. ¿Quién –se preguntaba la afición taurina- tendría los tamaños y los atributos para tomar la estafeta del relevo? La orfandad del público duró sólo unos meses, pues en septiembre de ese año se presentó en el coso de Insurgentes el novillero que estaba llamado a suceder a Martínez. Desde hacía varios años se estaba gestando a golpes de fuego y acero el meteórico y arrollador paso de Valente Arellano por los ruedos; consecuencia de la convicción del ser torero, nacida en un chiquillo que lidió su primer becerro a los cinco años en su nativa Torreón.
Para poner en práctica sus ganas de ser torero, Valente primero tuvo que librar obstáculos familiares que le impedían dedicarse de lleno a su afición: A pesar de que le gustaba leer, desde pequeño fue un mal estudiante; le “hacía el feo” a la escuela. A él le gustaba leer libros; pero sólo aquellos que trataban temas taurinos, como los muchos que había en la vasta biblioteca de su abuelo y su padre. El ingeniero no pudo hacer que Valente estudiara una carrera y tuvo que ceder en la afición de su vástago acercándolo, por sus relaciones de aficionado práctico, a las figuras del toreo de su época.
La observación y el consejo taurino Valente Arellano Salum los vivió directamente del maestro Fermín Espinosa “Armillita” en el rancho de su divisa El Chichimeco, en Aguascalientes.
«Valentillo escuchaba horas y horas a mi padre. Se iba con él a montar, estaba a su lado en las tientas y a todas horas del día», recuerda Miguel Espinosa, hijo de “Armillita”. «Estuvo ahí cuando niño y volvió ya como torero. De su primera etapa puedo decir que era un chiquillo muy maduro y abierto. Estaba consciente del compromiso a seguir en la carrera taurina y tenía mucha prisa”.
Cuando el maestro Eloy Cavazos triunfaba en alguna corrida celebrada en Torreón, el ingeniero Arellano pasaba a saludar al diestro regiomontano y le llevaba al chaval Valentillo.
“Era un huerco muy despierto; un niño muy vivo y a él no le interesaba otra cosa que no fueran cosas del toreo –rememora Cavazos en su gira de despedida de los toros-; nomás estaba a friegue, friegue y friegue. Que le dijera para qué era el estoque, para qué sirve la muleta y para qué quería yo un capote”.
En sus andanzas becerriles Valente se escapaba de su casa, armado con sus avíos de torear, y se iba de aventón con los traileros para estar presente ya fuera en un festejo taurino en el Lienzo Charro de Ciudad Juárez, bajo la tutela del coronel López Hurtado (empresario de la plaza de toros de esa frontera), en el pueblo de José María, o en una tienta en El Chichimeco, en Aguascalientes vigilado por los “Armilla”.
Valente Arellano, antes de su encumbramiento incursionó en las novilladas de La Florecita, en Ciudad Satélite. Fue tal su impacto que ya no paró de torear y empezó a cobrar muy buen dinero. Habían quedado muy atrás las tardes cuando realizaba paseíllos con vestido y avíos prestados, llevando sólo como propios su valor y determinación.
Ya en la México, en cinco novilladas Valente se une en competencia con Manolo Mejía y Ernesto Belmont. Juntos llenaron de bote en bote, con 40 mil febriles taurinos, el coso de Insurgentes para disputarse los trofeos, los quites, las cornadas, el aplauso y la entrega de los aficionados. Luego de grandes faenas, los tres fueron sacados en hombros de la plaza pero siempre el imán fue el lagunero, el que tenía en un bolsillo a la concurrencia.
En las estadísticas que Luis Ruíz Quiroz, lleva en la Asociación de Matadores de Toros, el de Torreón toreó 26 novilladas a lo largo de 1982, donde cortó 44 orejas y cinco rabos. Al año siguiente cubrió 57 festejos, donde totalizó 82 orejas y 10 rabos. Debido a una rotura de ligamentos en una de sus rodillas durante un festejo en San Luis Potosí, permaneció inactivo de septiembre del 83 a marzo de 1984. Reaparece ahí mismo cortando una oreja a cambio de sufrir otra cornada. Próximo al doctorado torea sólo el segundo trimestre del 84: once novilladas, con 14 orejas y 4 rabos. Recibió la alternativa el 3 de junio de 1984 en Monterrey, Nuevo León de manos de su padrino Eloy Cavazos quien le cedió los trastos, en presencia de Miguel Espinosa “Armillita Chico”; el toro de su titulación taurina fue “Solitario”, de San Miguel de Mimiahuapam. El 29 de julio de 1984 toreó la última de sus nueve corridas como matador, en Matamoros, Tamaulipas alternando, en un mano a mano, con Ernesto Belmont en la lidia de cuatro bureles de Santa Marta.
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Como cada mañana sabatina en la Comarca Lagunera, las labores y rutinas del 4 de agosto de hacen 25 años eran las cotidianas. En los desayunadores abundaba el menudo; amas de casa barrían sus hogares y banquetas, otras iban al Mercado Juárez o a La Alianza para provisionar la despensa. En las bancas de las plazas los señores se enteraban de los últimos acontecimientos con la lectura de periódicos.
Para entonces, un trágico acontecimiento corría como reguero de pólvora: “Valente Arellano se mató en su moto”.
-¡No! ¡No puede ser! –respondía en su interior aquel reportero de guardia que en unas horas más tenía contemplado presenciar desde las gradas del Lienzo Charro de Gómez Palacio, las faenas del intrépido torero-. Si yo mismo corroboré que no había novedades.
Rápido, se dirigió al “Pic Nic” la tiendita de abarrotes de don Kiko (García Ruelas) exigiendo El Siglo de Torreón.
Un recuadro, destacado con una cabeza en negritas e insertado en las columnas centrales de la portada del periódico confirmaba la desgracia: “Se mató Valente Arellano en su moto”. La información escueta indicaba que el accidente se había registrado después de la medianoche, por alcance, en la prolongación de la avenida Juárez al impactar, a más de 120 kilómetros por hora y por detrás, a una camioneta que no traía luces. Ahí, en el pavimento, había quedado el cuerpo desmadejado del torero y su vehículo a unos 50 metros más adelante. La joven promesa del toreo murió al ser atendido en el hospital.
Eloy Cavazos dijo que ese mismo domingo el ingeniero Arellano le habló a Monterrey para informarle de la muerte de su ahijado.
“Pero cómo”, cuestionó el matador regiomontano, “de la forma más estúpida para morir; hubiera sido mejor que muriera en un ruedo”.
El menudo torero recordó que días después, aparte de la corrida de la alternativa, los dos volvieron a lidiar un festejo en Tijuana. Al término del compromiso vio a su ahijado sonriente, muy contento y ya le pronosticaba un futuro promisorio pero, que al cruzar unas palabras con él percibió un mal fario: “Ahí lo veo padrino. Voy para San Diego a comprarme una motocicleta bien bonita”.
La periodista capitalina Marta Beatriz Cabrera, aficionada a los toros y en aquel entonces estudiante en la Escuela Carlos Septién García, consiguió a través del cronista taurino Adiel Bolio una entrevista, para sus prácticas de redacción, con el novillero Valente Arellano. La cita fue un mediodía, entre semana, del mes de mayo de aquel 1984 en los solares y tendidos vacíos del ruedo de sus triunfos, la Plaza México.
El encuentro duró cerca de la hora con la presencia de algunos aspirantes a novilleros y del apoderado del lagunero, Adolfo Guzmán.
“Yo lo veía guapísimo”, manifestó la aspirante a periodista; “a pesar de que era muy joven y muy famoso, era simpático. De charla sencilla y sobre todo, un chavo con mucho carisma. Fue muy agradable aquella tarde con él”.
-¡Por qué te dedicaste a los toros –preguntó Cabrera al diestro lagunero.
-Porque desde niño traigo este atrevimiento –respondía un seguro y desenfadado Arellano-. Porque me gusta la afición y porque a la gente le gusta mi atrevimiento cada vez que estoy frente al toro.
-Acaso, ¿no tienes miedo de morirte en una corrida de toros?
-Esto es mi profesión y es lo que me gusta. Las fiestas de toros son mi pasión. Si muero en un ruedo, sí me gustaría. Pero también –recalcó el valiente Valente a la joven-, me gusta mucho la velocidad y sentirla arriba de una motocicleta. Si no me muero en el ruedo, me muero en una moto.
“Así era Valente”, recuerda Marta Beatriz, “por su mismo acelere tenía unas ganas enormes de ser figura del toreo. Lo tenía todo: imagen, afición, carisma, ganas; muchas ganas y sin duda alguna, fue alguien que pudo haber sido una de las grandes figuras del toreo en México”.
Valente Arellano fue un torero valiente, muy profesional, variado como nadie en los tres tercios de la lidia y además de eso un profundo estudioso de la Fiesta Brava.
Fue uno de esos toreros de los que los críticos y taurinos decían al principio que no sabía torear; pero con el tiempo y poco a poco, aprendió. El público era su rendido esclavo, pues despertaba portentosas y arrebatadas pasiones; llevaba tanto toreo dentro que no cabía en su alma y su cuerpo, ni en capotes ni muletas; lo intentaba todo al unísono: lo que otros habían inventado él lo unía con sus propios lances, pases y remates producto de su inventiva. Cada tarde se desbordaba a sí mismo. Con un toreo semejante, tan de entrega, tan de pasión y sentimiento, cargado de dramatismo y estética. Tan mexicano, era de esperarse que terminara agotado. Y así sucedía, pero de inmediato se reinventaba a sí mismo e increíblemente estaba listo para volver a entregarse, a vaciarse hasta el éxtasis por la Fiesta de Toros.
Valente Arellano Salum tiene la proeza de haber toreado tres novilladas, en distintas plazas, en un solo día; otro de sus récords es, ser el novillero mejor pagado de todos los tiempos. Sus presentaciones eran sinónimo de llenos en los cosos donde lidiaba.
Los cronistas taurinos de los principales periódicos de la ciudad de México coincidieron en que Valente Arellano llegó a la Plaza México para refrescar la sangre de la tauromaquia.
“Un heterodoxo contemporáneo”, en palabras de Pepe Alameda, “con bases de la ortodoxia del toreo”
Creador del pase del “Ojalá”: una versión con el capote del pase del “Imposible” que se estila con la muleta. Valente siempre aseguró que lo que se hacía con la muleta se podía hacer con el capote, y al revés. Así se lo comentó al maestro Pepe Alameda en la transmisión de la novillada donde ejecutó por primera vez esa suerte del toreo.
A la amplia gama de quites y suertes Arellano la enriqueció con su “Valentina”.
«Pues vera don Pepe. A mi nunca me salia La Fregolina; siempre se me escapaba de las manos al echarme el capote a la espalda con la Media Revolera y un día se me ocurrió que dándome la vuelta sería más fácil agarrarlo, y ya ve, salió eso que usted ha bautizado como La Valentina».
El ejemplo que Valente puso en los ruedos tuvo otros adeptos coahuilenses.
Inmediato a su trágica muerte, se presentaron en la Plaza México dos laguneros y un saltillense para intentar las proezas de Arellano.
Aurelio Mora “El Yeyo”, pasó sin pena ni gloria. Le siguió José de Jesús Gleason “El Glison” despertando la controversia por su toreo tremendista y Arturo Gilio, quien obtuvo mayor reconocimiento por su forma ortodoxa de interpretar el toreo.
Ni ellos, ni ningún otro novillero o torero mexicano ha vuelto a encender las plazas como lo hizo Valente Arellano Salum en su corta trayectoria de dos años como mandón en los ruedos.
Después del trono vacío que dejó Manolo Martínez en la Fiesta Brava, en el último cuarto de siglo, no ha aparecido novillero o torero mandón como lo fue de manera efímera Valente Arellano Salum.
Por los ruedos del país hubo destellos de los matadores Jorge Gutiérrez, Mariano Ramos; una corrida excepcional de Guillermo Capetillo en la México, un brillo fugaz de su coetáneo Manolo Mejía, hasta un tardío resurgimiento de Rodolfo Rodríguez, “El Pana”. Llegaron nuevas camadas de novilleros y toreros, pero desde entonces, nadie y ninguno, ha gozado de la idolatría de Valente Arellano quien amaba profundamente la fiesta de los toros y murió trágicamente la madrugada del sábado 4 de agosto de 1984 en las astas, no de un toro, pero sí de una jaca motorizada.
Fuentes de información:
Marta Beatriz Cabrera García
Eloy Cavazos
Manuel Terán Lira
“Tauromagia”
“Venezuela Taurina”
Fotos de Valente Arellano (tomadas en los tendidos y ruedo de la Monumental Plaza México, dos meses antes del fatídico 4 de agosto de 1982): Por cortesía de Marta Beatriz Cabrera García.
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