Iván Terrible, el mocha cabezas
Por Enrique Lomas Urista
Cuando lo vi entrar a la casa que me prestaron para hacer la entrevista me decepcionó su baja estatura, su delgadez, pero sobre todo su rostro blanquísimo de niño bueno, de muñeco de sololoy.
Le agradecí que aceptara la entrevista y la mano que me extendió no parecía la de un desalmado sicario que ingresaba a la fama funesta de cortar las cabezas de las personas que mataba por encargo.
Sentados frente a frente me convenció la autenticidad de su maldad cuando inyectó su mirada muerta en mis ojos.
Se apuró a describir, sin emoción, su asesinato de iniciación: disparó a la cabeza de un hombre que reparaba la llanta de su auto en el exterior de una gasolinera. Tenía apenas 14 años y se graduó sin birrete en el Tutelar para Menores de Ciudad Juárez al año siguiente.
Fueron constantes los ingresos de Iván, al que apodaban El Terrible, por la facilidad con la que mataba a desconocidos para llevarse entre 5 y 25 mil pesos (según la jerarquía y/o peligrosidad de la víctima en turno).
Se jactaba de ser el iniciador de esa práctica macabra de cortar cabezas, porque, al igual que yo, las cabezas de los cárteles y otros contratistas lo creían incapaz de matar a alguien con esa apariencia angelical.
-Tuve que cortar cabezas, con cuchillo, serrucho, machete o lo que fuera, para demostrar trabajo -me dijo con los ojos inertes, bien abiertos, que parecían no tener párpados.
Alguna vez, presumió, mató al líder de una pandilla y se dio el lujo de ir hasta su casa para afilar el machete mellado que le prestó su socio y amigo al que apodaban Payaso.
La impunidad rampante de esos años en los que el presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al narco fueron el escudo de Iván Terrible, el mocha cabezas, porque en su contabilidad sumaba en el lapso de dos años más de 20 decapitaciones y un perdón. Lo del indulto llamó mi atención y fue la única ocasión, en más de dos horas de entrevista, que el sicario de 25 años se humanizó. Admitió con orgullo que le perdonó la vida a su gran amigo y socio Payaso. Abundó con inusitada emoción que su amigo del alma vivía agradecido el indulto concedido y que ese acto había fortalecido aún más su hermandad.
La entrevista se desbarrancó y la inédita emoción con la que compartió la historia de Payaso perdonado tornó en rabia cuando le pregunté qué lo había llevado a ser un asesino a sueldo. Después de todo no era una historia nueva lo que encerraba en ese corazón de fierro oxidado: un bebé de madre trabajadora amarrado a la pata de una cama durante los dobles turnos de la industria maquiladora de exportación; un plato con leche y cereal barato disputado con las ratas y un padre omniausente. Vacío el pecho y dio por terminada la entrevista, no sin antes sentenciar que las cabezas de los periodistas valían mil pesos, pero que la mía la cortaría gratis.
Dos semanas después encontré a Iván Terrible, el mocha cabezas traspapelado en los partes policiales de la Procuraduría Zona Norte: lo había matado su amigo y socio Payaso: le había desfigurado el rostro de ángel de cinco balazos.