Por H.C. Esquivel
Matar a Trump
“La Muerte de Trump”, fue el titular del periódico The Times of India, evidentemente no para relatar un hecho, pues la icónica foto de un candidato con rostro ensangrentado y el puño en alto entre los guardias evidenciaba que estaba vivo.
El encabezado era apóstrofe de lo que pudo ser, de la intención del hecho, un disparador de la discusión sobre un atentado que estuvo, “a una pulgada” de concretarse.
Sin embargo, mientras medio mundo discutía sobre “la muerte de Donald Trump”, otro amplio sector no solo dudaba de la veracidad del hecho, sino que afirmaban que era un montaje.
Entre el segundo segumento, entre los que dudaban estaba yo. Los primeros minutos de video que mostraban al polémico personaje tomarse la oreja, ocultarse tras el estrado para surgir victorioso con sangre en el rostro, me recordaron de inmediato al partido de futbol de septiembre de 1989 en el estadio Maracaná.
En partido eliminatorio para el Mundial Italia 90, Chile volvía de un 1-1 en casa y ahora Brasil ganaba 1-0 de local. En el segundo tiempo una bengala cayó cerca del portero chileno, Roberto Rojas, “El Cóndor”, quien cayó al suelo ocultando el dolor de su cara, para luego levantarse con un rostro cubierto de sangre que emanaba de su frente.
Las escandalosas imágenes provocaron tumultos en la capital chilena, la turba apedreó la embajada brasileña, pero semanas después “El Cóndor” aceptó en televisión nacional que fue un montaje planeado con el técnico, el preparador físico y otros jugadores. Él traía un bisturí oculto en los guantes, con el que se cortó el rostro con la intención de ganar el partido en la mesa y llegar al Mundial.
En cambio, poco después del atentado la tarde del sábado, en Butler, Pensilvania, la información de un atentado real comenzó a fluir, un fotógrafo del New York Times captó en una de sus fotos en alta velocidad, la bala que pasaba junto a la cabeza de Trump.
En la línea de tiro hacia Trump dos personas resultaron gravemente heridas y una bala mató al bombero local, Corey Comperatore. En sentido contrario, un disparo de los francotiradores del Servicio Secreto terminó con el tirador, que resultó ser Thomas Mattew Crook, un brillante estudiante judío de 20 años, quien quedó muerto junto a un fusil AR-15.
Como es común en estos días, y acentuado por la trascendencia del personaje y de su momento político, las redes se inundaron de teorías conspirativas, de burlas, de memes y descalificaciones a los hechos.
Pero, de entre la maraña de desinformación, híper información sobre el hecho y comentarios, algunas dudas legítimas quedan sobre la seguridad en torno al ahora candidato oficial del Partido Republicano.
Un civil armado sobre un techo a 120 metros del templete, ciudadanos que lo reportaron a la policía y nadie hizo nada. La bandera de Estados Unidos detrás de su templete que, según expertos en seguridad, debió evitarse, porque al estar ahí es un indicador de la dirección y fuerza del viento, información vital para cualquier francotirador.
El Servicio Secreto supo desde una hora antes de la amenaza, pero no actuó. En el video donde disparan a Crook se ve que lo tenían ubicado, pero disparan hasta después de que él lo hace. La normativa del Servicio Secreto implica no exponer a su protegido tras un ataque a un posible segundo tirador, y Trump mostró el rostro y levantó el puño, gritando “¡fight!” (luchen), y dando a las cámaras una imagen que es ya un ícono, cuya fuerza catapultó la imagen del político mucho más cerca de un segundo mandato.
A la lista se pueden sumar más elementos que han salido y saldrán en los próximos días, pero, ¿importa que surjan más pruebas? A casi 61 años del asesinato del Presidente John Fitzgerald Kennedy, donde los miembros del Servicio Secreto recibieron la orden de alejarse del auto descapotable momentos antes del tiroteo, aún no conocemos de manera congruente los hechos y, al igual que en el caso actual, el “tirador oficial”, Lee Harvey Oswald, murió a tiros antes de dar su versión.
El atentado contra Trump tiene paralelismos con otros casos, donde la mayoría de los medios son adversos, cuando el discurso político de los opositores han justificado la “eliminación” del personaje, que es señalado como una amenaza.
Cuando un hombre jaló dos veces el gatillo de su fallida pistola junto a la cabeza de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, medios argentinos publicaron tutoriales para accionar un arma; cuando el Primer Ministro de Eslovaquia, Robert Fico, recibió cuatro disparos que lo pusieron al borde de la muerte, los medios europeos justificaron el hecho a la luz de su “cercanía con Putin”, debido a su postura pacifista en contra de la guerra en Ucrania.
Tras el atentado, se han recopilado imágenes publicadas en los principales medios de un Trump comparado con Hitler, palabras de políticos de alto nivel que hablan abiertamente de matarlo, ponerlo en la mira, sacarlo de la contienda.
La teoría del autoatentado se cae por sí sola. Trump aventajaba en las preferencias antes del debate de la CNN, donde las fallas biológicas de Joe Biden le allanaron aún más el camino a la Casa Blanca y la imagen del Partido Demócrata se debilitó aún más por las luchas internas que siguieron para sacar de la contienda al actual Presidente de 81 años.
El atentado es muy grave porque, más allá de terminar con la vida de un ex Presidente que se enfilaba a su segundo mandato, ocurriendo en el país con más armas per cápita del mundo, con tal nivel de polarización política, el asesinato del candidato republicano hubiera encendido, en opinión de numerosos analistas, una guerra civil.
Las agencias de seguridad ven posible que haya nuevos atentados contra la vida de Trump, quien eligió ya este lunes a un sucesor en J.D. Vance, su “clon” político, un Senador de 39 años originario de Ohio, quien antes era un férreo antitrumpista y ahora abraza su misma ideología y causas.
Quizá la mejor noticia para la salud civil de Estados Unidos sea que el panorama electoral parece definirse cada vez más a favor de Trump, lo que eliminaría el riesgo de conflictos post electorales, pero nos llevará a poner lupa a los posibles escenarios de un segundo mandato.