Por H.C. Esquivel
A mediados de 2021, uno de los analistas geopolíticos a quien sigo desde años atrás, expresó su preocupación por la baja aprobación de Joe Biden, quien había caído por debajo del 44 por ciento en las encuestas antes de concluir el primer año de su mandato.
La preocupación provenía del hecho histórico de que, ante bajos índices de aprobación, los presidentes estadounidenses tienden a iniciar un conflicto bélico, bajo el cual, la población se unifica y permite elevar la popularidad del gobernante.
El conflicto estalló en febrero 2022 y aunque fue Rusia la que invadió Ucrania, en apariencia un conflicto sin la participación de Biden, el papel protagónico de Estados Unidos fue evidente desde el principio. Al demonizar al agresor, Biden se puso del lado de “los buenos” y proclamó que, liderados por su gran nación, los ucranianos saldrían vencedores.
Sin embargo, los conflictos armados en Ucrania y la Franja de Gaza no han servido para cohesionar a los estadounidenses en torno a la figura presidencial.
La última encuesta del Washington Post y ABC News de principios de marzo, le dan a Joe Biden una aprobación históricamente baja del 37 por ciento, que de mantenerse o acentuarse, le aseguran perder en la elección presidencial ante el republicano Donald Trump y el independiente Robert Kennedy.
Del otro lado del mundo, la unificación popular en torno a su mandatario sí se cumplió para Vladimir Vladimirovich Putin, quien obtuvo el 87 por ciento de los votos.
Aunque para la mayoría de los medios en el “mundo libre”, se trató de una “farsa electoral”, la participación de más del 77 por ciento de los electores, cifra récord para una elección en ese país, habla de que existen otros elementos.
Para nadie era un secreto que Putin se reelegiría y a sabiendas de eso, tanto Estados Unidos como la Unión Europea habían desacreditado ya esa elección. Los mercados internacionales también lo dieron por hecho. Pero ese no era el plan.
A raíz de la invasión a Ucrania, los países del “occidente colectivo”, incluído Japón, aplicaron el plan preconcebido. Miles de sanciones económicas, hasta convertirlo en el país más sancionado del planeta.
Empujada por Estados Unidos, Europa se desvinculó comercialmente de Rusia en espera de quebrarla económicamente, pero mientras la Unión Europea cayó en un hoyo de inflación y pérdida de empresas, la Federación Rusa encontró puertas abiertas al comercio en los países BRICS, organización a la que se sumaron 10 países este año.
Como lo dejaron claro políticos estadounidenses y documentos de influyentes tanques de pensamiento (Think Tanks) como la Rand Corporation, la idea era desestabilizar económica y políticamente a Rusia para provocar un cambio de régimen desde adentro, es decir, que la población rusa le diera una patada a Putin y poner en su lugar a otro mandatario, quizá más amistoso con Estados Unidos, o incluso partir a la Federación en varios países.
El analista geopolítico español, Fernando Moragón, especializado en Rusia y China, comentó que, si bien Putin tenía una aprobación mayor al 50 por ciento al inicio de la invasión militar, una parte de los rusos no tenía una opinión definida, y otra parte sustancial, una opinión contraria por llevar al país a una guerra.
Sin embargo, explica Moragón, al ver las declaraciones de políticos europeos y estadounidenses de que buscaban quebrar a Rusia y con las sanciones regresarla “a la edad media”, les hizo ver que la bronca no era hacia el mandatario ruso, sino contra toda la población. Ello les hizo apoyar al mandatario en turno.
Seguramente habrá tantas motivaciones como los más de 87 millones de electores rusos, pero en la ecuación interviene que el crecimiento económico del País fue poco más del 3 por ciento en 2023, mientras la Unión Europea está en un entorno de recesión, disminuyó el número de pobres y existe pleno empleo, en parte por la economía de guerra que puso a funcionar sus empresas militares al servicio de la muerte.
El estallido del conflicto en Gaza es también otro motivo para el declive electoral de Biden.
Mientras la población mundial ve con horror el genocidio de miles de palestinos, los gobiernos se ponen del lado del gobierno israelí, como ocurre con la presidencia estadounidense.
La mayoría de la población afroamericana, migrantes latinoamericanos e islámicos, son usualmente votantes del Partido Demócrata, pero ahora no están tan convencidos debido al apoyo al genocidio.
El micrófono abierto en el Congreso donde Biden critica al Primer Ministro Israelí, o la reunión con Neftalí Bennett, el principal opositor político de Netanyahu, buscaban dar la idea de cierta distancia con el régimen israelí.
Sin embargo, un reporte reciente del Washington Post, señala el Gobierno de Biden ha realizado más de 100 ventas secretas de armas, como municiones de artillería, bombas guiadas y armas de distintos tipos, sin las cuales, la operación militar de Israel no sería viable.
Del lado republicano, Donald Trump se vende como el presidente que no inició una sola guerra, y quien terminaría en un solo día, la guerra en Ucrania.
Sin embargo, es un fuerte opositor al ascenso de China que podría desatar un conflicto en Taiwan, y es ideológicamente más cercano a Netanyahu que Biden.
Además, la hija de Trump, Ivana, fue considerada la mujer judía más influyente de Estados Unidos, esposa de Jard Kushner, un judío ortodoxo quien tuvo gran influencia política durante su primer mandato presidencial.