IGNORANCIA (fragmento de la novela El viaje de las ratas)
Por Enrique Lomas Urista
El reportero cayó al arroyo helado cuando el policía apagó, por sus pistolas, la lámpara de mano con la que alumbró a los fumigadores y a sus colegas, muchos kilómetros antes de llegar a Atascaderos. El joven levantó los brazos por instinto y logró concretar el milagro de salvar su cámara fotográfica al mantenerla fuera del agua.
¿Quién le manda al pendejo reporterito atreverse a ofender a un policía serrano?
Antes de ser taladrado por el hielo del arroyo el periodista se atrevió a bromear, que dejaría su equipo de trabajo mientras se internaba en el monte para orinar, que al cabo y ni modo que se lo fueran a robar, si ahí no había más que fumigadores y policías, y él, como humilde reportero que fue enviado a la serranía a cubrir la invasión de ratas. Y eso es ser ignorante y pendejo, porque un serrano, aunque sea policía, es matón y cabrón pero nunca de los nuncas, un ladrón.
Y así ingresan los pendejos al infierno de la Tarahumara y por no saber que en estos lugares nadie roba y el que acusa a alguien de por aquí de ladrón, se muere.
No lo sabía, el periodista pendejo, pero los policías serranos son buenos en el arte de torturar con palabras, porque con ellas maldicen, sentencian a muerte, hacen pedazos a quien los ofende, mientras clavan un fusil de asalto, por horas y días, en la espalda.
No lo sabía, pero luego de días de ser impulsado a caminar con un cañón de rifle en la espalda y la sentencia de: «te voy a matar, te voy a matar», provocan que cualquiera quiera correr, frenéticamente, a encontrarse con la muerte.
No lo sabía, el reporterito cabrón, pero luego de 6 días, 11 horas y 14 minutos de andar con la muerte clavada en la espalda uno termina por decidir su destino y clamar que lo maten. No lo sabía, pero ese policía no podía matarlo, aunque quisiera, porque las ratas del gobierno municipal no dan presupuesto para balas.