«Chalecos amarillos» contra el «Presidente de los ricos»
Políticas ambientales, nacionalismo, racismo, críticas al neoliberalismo del gobierno de Macron…, un sinfín de derivadas que tejen un mapa difícil de interpretar. Para empezara situarnos, a ponernos en contexto, nos ha parecido interesante publicar la traducción de este artículo de la revista estadounidense Jacobin. Está escrito el 21 de noviembre, cuatro días después de que estallara el conflicto, con lo que, para cuando lo publiquemos, puede que los acontecimientos hayan corroborado o refutado parte de lo escrito. Aún a riesgo de que así sea, nos parece un texto de gran interés.
El fin de semana pasado, más de 300.000 personas tomaron las calles (y las carreteras) a lo largo de Francia, marchando, interrumpiendo el tráfico y bloqueando carreteras para protestar por el aumento de los precios del combustible. Unidos/as por su enfado ante el creciente coste de la vida, respondieron a la llamada de las redes sociales para “bloquear el país” y mostrar su solidaridad portando “chalecos amarillos” (giletsjaunes), una prenda que todo automovilista francés está obligado a llevar en su vehículo en caso de accidente.
La movilización ha disminuido cuantitativamente desde el sábado 17 de noviembre, su primer día, cuando, según el Ministerio del Interior, unas 290.000 personasparticiparon en más de 2.000 bloqueos y concentraciones por toda Francia. A pesar de las llamadas para mantener la presión, tan sólo 46.000 personas se movilizaron el domingo y 20.000 el lunes. Sin embargo, el movimiento parece estar lejos de su final. Los/as manifestantes se están preparando para una marcha en la capital el próxima sábado: “Segundo Acto: Toda Francia a París”, según reza el evento en Facebook.
Al establishment político francés este movimiento le ha cogido a pie cambiado. El primer ministro Edouard Philippe, miembro del partido La République en Marchedonde milita el presidente Emmanuel Macron, prometió que el gobierno no anulará el aumento planeado para el impuesto al combustible; pero también dijo que entendía el “sufrimiento” de la gente. Como acostumbra, Macron aún no se ha pronunciado sobre el asunto, alegando que lo hará “a su debido tiempo”.
La izquierda también anda con la guardia baja. Si bien los sindicatos y partidos de izquierda han liderado la mayor parte de las protestas de la era Macron, han desaparecido de la acción o han reducido su rol a meros apoyos en las movilizaciones de los “chalecos amarillos”. Ninguna delas grandes centrales sindicales aprobó en un principio las protestas. Tampoco lo han hecho los principales partidos políticos de la izquierda, desde los socialistas a los verdes o La France Insoumise; si bien es cierto que el líder de esta última, Jean-Luc Mélenchon, sí que ofreció su apoyo personal al movimiento, argumentando que “la gente tiene razones para rebelarse”. Algo que también ha hecho la extrema derecha: como es el caso de figuras como Marine Le Pen de RassemblementNational (partido antes conocido como Frente Nacional) o Nicolas Dupont-Aignon de Debout La France, un autodenominado soberano que habría servido como primer ministro de Le Pen si ésta hubiera ganado las presidenciales del año pasado.
Las protestas están siendo desordenadas y peligrosas. Su forma de acción, basada en muchedumbres que se reúnen en las carreteras tratando de cortar el tráfico, es una invitación a la confrontación, y, a veces, a situaciones peores. El Ministerio del Interior cifra en más de 500 las personas heridas en menos de una semana de protestas. Más aún, una manifestante de avanzada edad murió después de ser atropellada por una mujer que entró en pánico mientras llevaba a su hija al médico.
La ira de las bases
Quizás el hecho más notable sobre este movimiento es su origen genuinamente popular. Tanto la derecha de Les Républicains como la extrema derecha de RassemblementNational y Debout La France han mostrado su apoyo público al movimiento, pero parece que han tenido poco que ver con la actual planificación y gestión de las protestas. Careciendo de líderes formales o portavoces, el movimiento se originó online.
En mayo, Priscilla Ludosky, de treinta y tres años ytrabajadora del sector de la banca,realizó una petición en Change.org exigiendo una “disminución de los precios de los combustibles”. Poco después, dos camioneros lanzaron una llamada para una movilización nacional para el 17 de noviembre, creando una página en Facebook que pide un “movimiento nacional contra el aumento de los impuestos”. “No somos antiambientalistas”, declaró uno de ellos días más tarde en un video, como señaló el medio francés Basta. “Este es un movimiento contra la fiscalidad abusiva, punto”.
Estos dos llamamientos se hicieron virales por una razón muy simple, el precio del combustible en Francia se ha disparado en el último año. La mayoría de los automovilistas franceses usan diésel, cuyo precio se ha encarecido un 23% en los últimos doce meses, hasta alcanzar los 1,51 euros el litro (su nivel más alto desde la década de los 2000, según la agencia de noticias AFP). Además, el gobierno ha impulsado los impuestos al combustible como parte de su agenda ambiental, que ha elevado el precio del diésel en 7,6 céntimos por litro y el de la gasolina en 3,9. Y planea un nuevo impuesto de cara a enero de 2019 que repercutirá en un alza de 6,5 céntimos para el diésel y de 2,9 para la gasolina.
Estos aumentos han tenido un gran impacto en las áreas rurales y en lo que se conoce como la Francia periurbana, los suburbios periféricos de las grandes aglomeraciones urbanas del país. La calidad decreciente del transporte público, y de los servicios públicos en general, en estas partes del país contrasta con la red de autobuses y trenes de París, que está bien financiada, alimentando un sentimiento de resentimiento cultural compartido por muchos manifestantes.
Muchos/as de los/as que llevan “chalecos amarillos” son de clase trabajadora: una combinación de trabajadores/asprecarios/as, jubilados/as y desempleados/as. Entre ellos/as se encuentra a personas como Bertrand Rocheron, padre de tres hijos que actualmente trabaja como asistente en una escuela de educación media a tiempo parcial, y que tiene que realizar 70 kilómetros diarios desde su hogar en la Bretaña rural. “Mi mayor temor es que mi coche me deje tirado, está en las últimas”. Otros son clase media: gerentes de nivel medio o profesionales de cuello blanco como Nathalie, una psiquiatra de 51 años que vive en un suburbio de París y gana poco más de lo mínimo requerido para optar a una ayuda estatal. Ella declaró al periódico Le Pariesien que siente que “ha caído en el estatus social” a pesar de haber cursado cinco años de estudios universitarios.
Es bastante revelador que el sitio web de referencia de estas movilizaciones no tenga una sección de demandas.A qué se oponen les une más que qué proponen. E incluso eso tampoco está bien desarrollado. Existe la sensación de que los precios de los combustibles están fuera de control, el sistema tributario en general es injusto, y eso impide que las personas decentes lleven la vida que les gustaría.
¿Una causa justa?
El levantamiento ha llevado a comparaciones con las jacqueries campesinas de la Francia medieval, rebeliones rurales de corta duración y desorganizadas que dejaron poco impacto político duradero. También se han establecido paralelismos con los poujadistes, un movimiento anti-impuestos de la década de los 1950 liderado por los elementos más reaccionarios de la clase media francesa.
Incluso han llegado a comparar a los “chalecos amarillos” con el Tea Party americano que creció bajo la presidencia de Obama. Esto parece especialmente injusto. Como ha señalado Alexis Spire, socióloga y autora de un libro sobre revueltas anti-impuestos en Francia, los “chalecos amarillos” no están pidiendo al Estado que se retire de la vida cívica. Lo que reclaman es que actúe de manera más equitativa y están tomando las calles en respuesta a la degradación de los servicios públicos. En algunos puntos, se ha expresado una política de clase más explícita: parte de los/as manifestantes han criticado al gobierno por mantener el impuesto al combustible (que afecta a las personas de ingresos medios y bajos), mientras defiende la derogación del impuesto a la riqueza (que se aplica sólo a aquellos con más de 1,3 millones de euros en activos).
No está claro si los “chalecos amarillos” demostrarán ser un movimiento duradero contra un gobierno cada vez más impopular, o si pronto pasarán al olvido. Por ahora, muchos en la izquierda han renunciado a apoyar las protestas, tanto por su hostilidad hacia los impuestos como por una cuestión ecológica, además de por la simpatía generada por el movimiento entre la derecha. Estas reservas son comprensibles. Y, sin embargo, es probable que no valga la pena entregar esta lucha a gente como Le Pen sin dar batalla.
Los líderes de RassemblementNational, por su parte, ven estas protestas como un momento a aprovechar. Tanto que, aparentemente, están dispuestos a dejar de lado su histórica desconfianza en las protestas callejeras y la desobediencia civil. Si el partido está haciendo una excepción con los “chalecos amarillos” es porque la revuelta parece encarnar su propio electorado idealizado: una “Francia olvidada” de trabajadores/asblancos/asy de clase media baja que viven fuera de las principales áreas urbanas. El apoyo de RassemblementNational al movimiento, a pesar de los violentos enfrentamientos con la policía, también contrasta con su habitual veneración de la ley y el orden. El partido critica regularmente el menor uso de la fuerza de los manifestantes de izquierda contra la aplicación de la ley. Cuando los trabajadores en huelga bloquearon las carreteras el año pasado, los líderes del partido no dudaron en burlarse de ellos y acusarlos de tomar como rehenes a los ciudadanos comunes.
Sería una tremenda vergüenza permitir que la retorcida visión del mundo de RassemblementNational y sus aliados establezca los términos del debate. Al final, la fuente del conflicto es clara: no se trata de áreas rurales y suburbanas frente a París, o de ambientalistas frente a personas que usan el coche a diario. El verdadero objetivo de esta lucha es denunciar a un gobierno que cuida a los franceses más ricos, mientras ignora a todos los demás.
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